La tarta de la butanilla azul
Ingredientes:
- Una butanilla, que es como nosotros llamábamos a la bombona de camping con su quemador;
- Un buen puchero;
- Un molino de río, que podría haber desaparecido, pero que, de preferencia, debía haber dejado algo de verde con su hilo de agua correspondiente, ya que al final habría que enjuagar el puchero;
- 4 o 5 tabletas de chocolate (nosotros llevábamos del Coty, que era local);
- Un litro de leche y un poco de maicena (alguien habló de azúcar y canela, y hasta de sal y pimienta);
- Una caja mediana de galletas Chiquilín;
- Una pandilla de chicas y chicos en la Ávila de los 60.
Modo de preparación:
Las chicas habían asumido la responsabilidad de alimentarnos en las salidas campestres, a las que cada una llevaba dos bocadillos (chico-chica). Francis anota que los de Chonina eran los más corridos, aunque no sabe explicarnos si era por el tamaño o por el contenido.
Pero era evidente que había que innovar, así que nos inventamos la tarta de chocolate. Ya sabéis, bien espeso con maicena, y luego, piso de galletas Chiquilín, piso de chocolate… Y Así.
Ahora, que aquello complicó la organización, pues necesitábamos unos platitos de cartón, un puchero y una cuchara de palo, el chocolate y, lo más complicado, un buen fuego seguro, que no estaban los rastrojos para bollos en aquel verano de sequía, como todos los de Ávila.
Los guardianes de las crónicas no conservan registro alguno de quién aportó la idea de la tarta ni de quién el puchero, pero sí de la que trajo el fuego, que fue Chonina, en la forma de una butanilla azul.
Y faltaba todavía un medio de trasporte, que resultó ser el todoterreno de Jose, aunque tampoco podíamos meterlo hasta el intrincado escondite donde nos afincábamos de costumbre, más allá del puente de Salamanca. O sea, que hubo que elegir otro paraje:
—¿Y el molino Vadillo?
—¿Por la venta La Tortilla? De molino solo le queda el nombre, pero el coche podrá llegar cerca. Todo está listo entonces…
—No, falta una plancha donde montar la tarta —dijo Francis.
—Pues es verdad…
—Bueno —sugirió Josi—, mi tabla para sujetar el papel de acuarela, le voy a dar un agua y servirá.
Al día siguiente, a la llegada, todavía nos esperaba la sorpresa de las rutilantes alambradas con que los nuevos ricos habían fragmentado el terreno por aquí y por allá: la sierra abierta de Ávila –donde antes se abría el portillo, se pasaba y se volvía a cerrar– empezaba a tener los días contados.
Mas cerremos este sombrío paréntesis, pues ya burbujea el chocolate en la butanilla azul con sus borbotones pluf, pluf, que amenazan con saltarnos encima.
—Falta una pizca sal —asegura Marisa al probarlo.
—Pero cómo vas a echar sal al chocolate, mujer —protesta María Jesús.
—Sí, ya verás cómo saca mucho más sabor.
Sobre ese punto hubo prueba y consenso. Y en la tabla de acuarela de Josi, hasta cuatro pisos de galleta Chiquilín con los correspondientes de chocolate.
Pero no nos la terminamos. Aquella tarta era mucho más contundente que los bocadillos de las chicas.
Marisol
…pero el que iba colocando las galletas sobre el chocolate, que no recuerdo si era Kakico, ponía una y se comía otra, por lo que hubo que pedirle para asegurarnos de que el paquete fuera suficientemente para acometer su destino, que cantara al mismo tiempo que realizaba la operación .